La espantocracia
En medio de sus indecibles virtudes, cada vez es más ostensible el fracaso de la democracia en el ámbito de la justicia social.
La aceleración y expansión de la desigualdad en los últimos años es la más patética evidencia de que el hombre y su forma de hacer política siguen fallando.
Nunca como ahora ha quedado patente que todos los sabores del espectro democrático instilan su propio veneno contra el ideal común de bienestar.
Ni siquiera la democracia de los Estados Unidos fue concebida, a fin de cuentas, para evitarle a su pueblo el gran abismo social de ricos más ricos y pobres más pobres.
Al otro extremo, tras su intento de lograr la anhelada igualdad, la democracia populista de Venezuela, con Chávez al frente, acabó por arrodillar al país entero.
Es una pena porque tras el final de la Guerra Fría en 1989, y del comunismo como doctrina y sistema político, a la democracia se le abrieron las puertas del cielo para aproximarse por fin al ideal soñado.
Sobre todo porque, como complemento, la globalización venía ya a toda turbina revolucionando el desarrollo, la producción y el consumo con su mensaje de esperanza para todos.
Pero falló la predicción.
Las fuerzas del mercado pasaron como tsunami por encima del poder político y alteraron conciencias, leyes, deberes, derechos, conquistas y valores en general.
El nuevo paradigma hizo que muy pocos se dejaran toda la plata y que muchos vivieran mejor, pero al altísimo precio, entre otras cosas, de una desigualdad sin precedentes en la historia reciente.
Si bien en los últimos años un alto porcentaje de países adoptaron la democracia como forma de gobierno, sus liderazgos políticos para encarar el revuelo de la globalización y su estela de imponderables quedaron debiendo en perjuicio de gran parte de la población.
En otras palabras, mientras la tecnocracia avanzó a mil kilómetros por hora, la democracia lo hizo en patineta, apabullada por la vertiginosidad del cambio e incapaz de reaccionar ante sus consecuencias.
Hoy en día el desempleo, la crisis fiscal, el endeudamiento, la hipertrofia estatal, los privilegios públicos, la inflación, la corrupción y la contracción tienden a hacer aún más ancha y profunda la grieta social.
De la misma manera que también más fértiles los espacios para la violencia, el terror, la ira divina de los extremistas, el crimen organizado, la narcomafia y la delincuencia común.
Dentro de nuestro microcosmos democrático, la huelga que se anuncia para este lunes tiene su origen en muchas de las premisas arriba mencionadas.
Sin importarle la situación económica del país ni mucho menos la injusticia que se comete contra la mayoría de los ciudadanos, el sector público pretende defender sus abusivos privilegios.
¿Qué hacer ante este Leviatán mundial del siglo XXI?
Salvo que un apocalipsis o éxodo a Marte nos permita “resetear” la historia, la única solución viable pareciera ser reinventar la política.
Reinventarla para que, siempre dentro del marco democrático, se fortalezcan los partidos, se restablezca la confianza en los líderes, se involucre de lleno el pueblo en los planes y acciones de gobierno y se cree el añorado orden global solidario.
La idea es apelar a la naturaleza egoísta del hombre para que esta vez no lo sea tanto.
Al fin y al cabo la paz democrática bien merece morir en el intento.
Edgar Espinoza
Graduado en Ciencias de la Comunicación Colectiva por la Universidad de Costa Rica, obtuvo un postgrado en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Florida en Gainesville, Estados Unidos.